Desde el momento en que la dualidad se despliega en una vía espiritual, desde ese instante en el cual nos inculcan que hay bien y mal, puro e impuro, consciente e inconsciente, comenzamos un camino penoso y progresivo hacia liberarnos de todo lo que no es bueno, puro y consciente. Y en esa carrera frenética e imposible hacia la perfección, olvidamos lo que somos, una gema valiosa, luz inmaculada, infinitud, gozo, alegría.
Olvidando que poseemos el más valioso diamante, mendigamos baratijas: sanación de heridas, relaciones conscientes, sexo sagrado, canalización de energía, conectar con los ancestros, entender de dónde vienen los traumas, asanas acrobáticas, sentarse a meditar una y otra vez como un saco de arroz, llenarse hasta rebosar de conceptos. Somos capaces de dibujar un mapa detallado de nuestro crecimiento espiritual, de dónde venimos, hacia dónde vamos, metas alcanzadas, nos cargamos de vanidad de persona consciente, que repite una y otra vez “me he dado cuenta”, que se cree que ha llegado a algún sitio. Escribimos nuestras biografías en modo de traumas superados, hitos espirituales logrados, colección de experiencias energéticas. La idea de la progresión espiritual nos va tensando y la ausencia de frutos reales nos arroja tarde o temprano a la desesperación.
Una vía no-dual es una no-vía
“Aquí no hay ninguna necesidad de progreso espiritual ni de contemplación, ni de habilidad de discurso, ni de preguntas, ninguna necesidad de meditar, ni de concentrarse, ni de ejercitarse en las plegarias murmuradas. ¿Cuál es, dime, la Realidad última absolutamente cierta? Escucha esto: no tomes ni dejes, tal como eres disfruta gozosamente de todo.” Abhinavagupta, Himnos a la Divinidad
El ego espiritualizado está totalmente confundido, le cuesta renunciar a toda esa narrativa de la progresión, se queda desconcertado al quedarse sin objetivos que perseguir, no se cree que pueda ser tan simple. Pero un día, por medio de una práctica suave pero constante, desprovista de intención y firmemente afianzada en el cuerpo, la mente se relaja y, de cero a cien, nos encontramos en un estado que no recordábamos desde la infancia. Un estado de intensidad y gozo tan apabullante que nuestra biografía espiritual se desvanece y, boquiabiertos, constatamos que ya poseíamos eso que tanto nos hemos esforzado en encontrar en el exterior.
Por más que nos digan que dejemos de buscar fuera, seguimos haciéndolo sin cesar, así son las dinámicas de la mente egóica. Por eso compartimos una vía que apunta una y otra vez en la dirección correcta y estamos a vuestro lado practicando apasionadamente, cada vez que alguna descubre su propio tesoro, es una fiesta para la Kaula.
A ti, sí, a ti te lo digo: eres la consciencia infinita, ilimitada, una joya de incalculable valor y que jamás ha sido dañada.
Y no tienes nada que alcanzar, nada que conseguir, puedes relajarte.
Mar Delgado Caro
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