Descartes no estuvo muy acertado cuando dijo eso de “Pienso, luego existo”.
En mi propia experiencia, cuando dejo de pensar por un momento o cuando me doy cuenta de los espacios que median entre un pensamiento y otro, no dejo de existir, por lo que mi existencia no depende de los pensamientos y mucho menos, por la falta de estos.
La Consciencia está presente entre los pensamientos y como el trasfondo de estos, por lo tanto, la Consciencia es consciente, tanto de los intervalos como de los pensamientos. Está en todo momento presente con o sin pensamientos.
Los intervalos no aparecen entre un pensamiento y otro sino que son los pensamientos los que surgen, danzan por un tiempo y desaparecen en la infinita e ilimitada Presencia consciente.
Yo, Consciencia, no aparezco ni desaparezco. No tengo ni puedo tener ninguna experiencia intermitente de Mí misma, sino que es el pensamiento, la sensación y la percepción los que son experiencias intermitentes.
Si fuese el caso de que tuviera la experiencia de mi aparición y desaparición, algo tendría que estar ahí para observarlo y verificarlo y ese “algo” tendría que estar presente y consciente para atestiguarlo y “eso” sería la misma Consciencia.
Por lo tanto, en mi propia experiencia, no aparezco ni desaparezco, sino que es la experiencia objetiva, de los objetos, los que aparecen y desaparecen en Mí.
Los pensamientos pueden estar más o menos frenéticos o alterados mientras que el espacio vacío que los acoge no se altera en ningún modo. Siempre se trata de un espacio abierto, vacío, pacífico y acogedor para toda la experiencia de los pensamientos, sensaciones y percepciones.
Es por ello que a la Consciencia también se le atribuye la Paz y la Felicidad sin opuesto.
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